Una mañana cualquiera me desperté y estaba muerta. ¿Se preguntaran como fue que lo supe? Pues muy sencillo. Estaba rígida y helada, tenía las manos plácidamente posadas sobre el pecho. Mi cuerpo había sido introducido en un cajón de mi tamaño. Recubierto primorosamente con encajes y satín. -Nunca había estado ataviada tan elegantemente en la vida-. Bueno... La gente que nos "ama" nos despide de la mejor manera posible. ¿Remordimiento? ¿Felicidad por la partida? Vaya uno a saber.
Lo cierto del caso es que ahí metida en mi precioso féretro es que me di cuenta. Había muerto. No supe cómo, pero ya se disponían a llevarme a cremación. Uy... Sentí un no se qué no se dónde. ¿Me iba a doler mucho? A lo mejor empezaría a gritar tan pronto el fuego acariciara mi piel. Ah bárbaro. Habría sido mejor no darme cuenta y convertirme entonces en una de las tantas almas en pena que pueblan éste valle de lágrimas.
Patricia Lara P
No hay comentarios:
Publicar un comentario