Nuestro ángel de la guarda siguió feliz por la vida. Cuidando a sus amigos, viéndolos enamorarse, casarse, tener hijos. Él desde las alturas lo observaba todo con suma placidez.
De pronto un día se sintió impelido a buscar el sitio más alto de la cuidad y allí empezó a llevar tejidos cálidos y coloridos. Se recostaba un rato y notaba que aquí y allá faltaban cosas. Paja, prendas de vestir suaves y calentitas y además cosas hermosas y brillantes. Se cuidó sobre todo de que nada de lo que allí depositaba fuera cortante o pudiera ocasionar daño alguno.
Finalizando junio sorprendido y sin entender nada. De su cuerpo surgió un óvalo blanco. Tan blanco que brillaba con tonos tornasolados.
Se recostó a su lado, admirándolo. Lo acariciaba y miraba sin parar, lo abrigó con sus alas durmiendo a ratos. No quería abandonar el nido y menos aún el huevo.
Pasaron los días en los cuales sentía que algo sucedía en el interior del bello óvalo. De pronto y con gran espanto y alegría vio que su tesoro empezaba a resquebrajarse. No podía parar de mirar. Las horas transcurrían y no sabía si era lento o despacio y casi sin creer, Ángel vio que surgía de él un ser minúsculo alado.
Ángel ahora era un padre. Y sentía que no podía ser más feliz.
Patricia Lara P