La cremita
Aburrida como estaba de las canas y las arrugas procedió a investigar que cosas debería hacer.
Buscó en los estantes de cremas antiedad y potes milagrosos. Se llevó la que le pareció más adecuada. Llegó a su casa, se limpió la cara y vió los destrozos que el tiempo había hecho en ella. Procedió a abrir el pequeño frasco que contenía el milagro.
Se lo aplicó con cuidado sobre la frente, la nariz, las mejillas y el mentón. Sintió un leve ardor, como un burbujeo. Las arrugas empezaron a desaparecer seguidas de pedazos de piel que se desprendían y caían al lavamanos ante sus horrorizados ojos.
Patricia Lara Pachón
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