El Octavo se presenta
Por increíble que parezca Octavio por fin ha llegado a su destino. Esa llamada que se le instaló en la mente y que lo conminó con insistencia para que abandonara su vida conocida y se dirigiera a un destino desconocido. Esa que lo llevó al mapa, la que lo hizo, guardar un par de cosas en su morral, la que lo instó a pedir la navaja que guardaba como un tesoro su padre. Esa que había dirigido sus pasos hacia el interior del volcán. Esa misma que ahora lo tenía viendo esa calle larga, empedrada y perfecta. Esa que ahora mismo lo llevaba hacia la casa número ochenta y ocho. La última de esa fila perfecta.
Octavio llegó a la puerta y sin dudarlo un instante entró. Ante él y como si se viera ante un espejo Octavio lo observaba. Con un gesto de la mano le señaló una puerta abierta que lo introdujo en una alcoba y sobre la cama, Octavio yacía pálido, frio al tacto, y lo sintió como una roca helada.
No podía creerlo. Eran los tres copias exactas. Octavio el Octavo había llegado para reemplazar a Octavio el Octavo. Desde la calle antes en silencio empezaron a oírse susurros primero y canticos después. Cada vez más altos y vibrantes.
Octavio lo conminó a tomar con sus manos ambos extremos de la sábana blanca sobre la que se encontraba el hombre roca. Salieron de la alcoba a la sala donde parejas exactamente iguales les hicieron una calle de honor. Despacio, salieron a la calle recta, caminaron hacia el río antes lento y ahora caudaloso y curiosamente hirviente. Depositaron a Octavio en una barca hermosamente tejida con juncos finos y lo empujaron al caudal. Lo vieron hundirse en las aguas sin dejar siquiera un remolino. Nada. El agua se lo tragó de golpe. Octavio, tomado de la mano de Octavio el Octavo regresaron por en medio de las parejas a la casa ochenta y ocho y retomaron la vida como si nada hubiera pasado.
Y Octavio como si una pieza de un rompecabezas fuera, encajó perfecto en la calle ochenta y ocho.
Patricia Lara Pachón
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