No era para mí
Era
viernes y llovía. Decidí salir a cumplir por fin con mi destino tan
postergado. Camine con decisión, atravesando las dos calles que me
separan del puente que da hacia el elevado sobre la autopista. De
pronto, ella apareció volando delante de mí, lucía tierna y desvalida,
pero retadora. Pasó ante mi vista, hizo una pequeña cabriola y fue a dar
con toda su belleza en el lodazal que ya era la calle. Sí, dirás que
alucino, a fin de cuentas no era más que un objeto inanimado, desechado
por alguna razón. Lo sería tal vez para el resto del mundo, no para mí.
No
era para mí (¡sería idiota, si así lo pensara!), pero me distrajo un
poco. Tenía un extraño atractivo que me impedía dejar de mirarla. A mis
ojos fue, desde el primer momento, una obra de arte; era como una
damisela primorosamente vestida y lista para una gran aventura, pero
ante el apuro de saberse a punto de morir ahogada en un gran charco de
aguas oleosas estancadas a un lado de la calle.
No,
definitivamente no era para mí, quise seguir mi camino, ignorarla e ir a
cumplir mi cometido, pero no pude. Cedí a la tentación y me acerqué a
rescatarla, ¡total, lo que venía a hacer ya estaba decidido y, vamos,
que para morir tampoco hay prisas! Crucé la calle y, cuando la recogí de
aquel charco donde estaba destinada a morir de abandono, o tal vez
pisoteada por algún viandante, sentí alivio. También la sentí apacible
cuando estuvo a salvo en mis manos.
La
desdoblé con cuidado, y comencé a leer como al descuido, mientras
retomaba mi ruta hacia el tope del elevado. El resplandor del sol en su
último momento del día le daba un brillo especial a aquella cosa tan
delicada cuyo texto me hizo abstraerme del ruido del tránsito vehicular y
de los vendedores del mercado cercano, que ya recogían su mercancía.
No,
la verdad es que no era para mí, pero la leí con curiosidad y asombro.
Era una esquela corta y su contenido, contradecía por completo la
belleza de su presentación (¿o no?). No tenía destinatario, ni fecha,
¡ni siquiera un saludo! Su cuerpo lo formaban apenas dos líneas escritas
en una caligrafía casi perfecta, algo borrosa por la humedad, cuyo
texto decía: “no mereces la vida, le harías un favor al mundo si por fin
hicieras lo que debes hacer y acabaras con tu existencia de una vez por
todas, ¡muérete!”. Fue un momento revelador -epifánico, diría yo-, que
despejó todas mis dudas y me hizo apresurar el paso pues, como ya dije-
debo ir a cumplir mi destino.
Y
aquí estoy, en el borde del barandal, mirando hacia abajo, esperando un
vehículo grande y a punto de saltar con el último rayo de sol. ¡No, la
carta no era para mí, pero la hice mía y cumplo su mandato!
B. Osiris B.
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