sábado, 7 de abril de 2018

La carta

La carta

No iba dirigida a mí.  No llevaba mi nombre al remitente.  Estaba ahí; doblada primorosamente en un charco de agua en la calle. Seguí caminando, uno; dos, tres pasos.  Los cuales desandé de prisa.  La tomé entre mis dedos y las gotas rodaron de ellos como lágrimas.
Con premura pero con sumo cuidado la desdoblé.  Ví el beso en una esquina.  Percibí las arrugas y el ali
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samieno posterior.  Noté cada pliegue.  Y luego, me fijé en las letras.  Cuidadas todas.  No muy parejas pero sí prolijamente depositadas en el papel.  Después; como al descuido ví las palabras.  Desgranadas al parecer con prisa.  
No capté la idea.  No percibí alegría o dolor.
Pero esa carta, esa carta era mía. Describía muy seguramente un amor. Quizá una despedida, quizá un encuentro, un reencuentro también.  Muy seguramente había traído preciosos sentimientos al lector y al remitente.
No sabía si leerla o sencillamente observarla sin ver.  Me sentí poseedora de un tesoro y sentí que leerla era mancillarlo.
Hoy.  La carta está ya seca, tibia.  En el sitio en que guardo mis tesoros. Los dientes de mis hijos, sus tarjetas.  Los dibujos que hicieron para mí.  Un par de pañuelos, dos libros.
¿Le leeré algún día?  Aún no lo sé. 

Patricia Lara P

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