La carta
No iba
dirigida a mí. No llevaba mi nombre al remitente. Estaba ahí; doblada
primorosamente en un charco de agua en la calle. Seguí caminando, uno;
dos, tres pasos. Los cuales desandé de prisa. La tomé entre mis dedos y
las gotas rodaron de ellos como lágrimas.
Con premura pero con sumo cuidado la desdoblé. Ví el beso en una esquina. Percibí las arrugas y el ali
samieno
posterior. Noté cada pliegue. Y luego, me fijé en las letras.
Cuidadas todas. No muy parejas pero sí prolijamente depositadas en el
papel. Después; como al descuido ví las palabras. Desgranadas al
parecer con prisa.
No capté la idea. No percibí alegría o dolor.
Pero
esa carta, esa carta era mía. Describía muy seguramente un amor. Quizá
una despedida, quizá un encuentro, un reencuentro también. Muy seguramente había traído preciosos sentimientos al lector y al remitente.
No sabía si leerla o sencillamente observarla sin ver. Me sentí poseedora de un tesoro y sentí que leerla era mancillarlo.
Hoy.
La carta está ya seca, tibia. En el sitio en que guardo mis
tesoros. Los dientes de mis hijos, sus tarjetas. Los dibujos que
hicieron para mí. Un par de pañuelos, dos libros.
¿Le leeré algún día? Aún no lo sé.
Patricia Lara P
No hay comentarios:
Publicar un comentario