miércoles, 9 de febrero de 2011

A primera vista

Fue amor a primera vista. Aquella noche en el parque central la vio y se enamoro de ella para siempre y además perdidamente. No pudo dejarla pasar de largo, no. Se le acercó y le habló. Le dijo que no acostumbraba hacer ese tipo de cosas pero que su belleza era tan rotunda y tan magnífica que no se perdonaría nunca dejarla ir.

Se sentaron en aquella silla del parque y hablaron y hablaron y no se cansaron de hablar. En la madrugada ella se alejó lentamente no sin antes prometer regresar. Y cumplió cada noche y por muchas noches la promesa.

Nunca se presentó de día a las citas que unidireccionalmente él le planteaba pero cada noche llegaba hasta la silla del parque y hablaban y hablaban. Se tomaban de las manos y hablaban, se miraban a los ojos sin parar de hablar y se sentaban y continuaban hablando.

Se conocían de tal forma que el no dudó ni un instante en que eran almas gemelas y que debían unir sus vidas por siempre y para siempre y además por lo siglos de los siglos amén.

Le propuso matrimonio y ella con lágrimas en los ojos aceptó. Prefirieron una boda sencilla con los amigos más cercanos

-pocos- y por supuesto en el parque, frente a la silla que acompañó su amor y claro el cura que por una suma adecuada ofició el santo sacramento del matrimonio.

Ni que hablar de la luna de miel ya que ella se resistía a abandonar el parque sin haber consumado su amor allí mismo.

Fue como ir al cielo y regresar.

Agotado se recostó en su regazo y durmió plácidamente. Lo despertó la mañana, el sol radiante lo acariciaba. Mirando a lado y lado la buscó pero no la encontró. Preguntó a todo el mundo y nadie daba razón de ella. Gritó, chilló, llamó a la policía, al ejército.

Pronto llegó una ambulancia, a la fuerza lo redujeron, le aplicaron medicamentos para calmarlo y lo llevaron al hospital psiquiátrico más cercano.

Hoy, todo el mundo se asombra al verlo en el parque, bajo un árbol frondoso, sentado en una silla hablando horas y horas con su amada imaginaria.

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