miércoles, 11 de junio de 2025

La familia


 

A mí hijo

 @RicardoGabeloLara

Me desperté de golpe

El corazón a mil
El dolor en mi vientre
La cortada cosida
El frío intenso 
Temblando
Miro y no reconozco nada
De pronto 
Un alma buena pone sobre mi 
Una cálida cobija
La tranquilidad empieza a rodearme
Me conducen por pasillos
Levemente iluminados
Llego a un cuarto
Mamá, Ricardo 
Y en sus brazos nuestro hijo
Ojos abiertos mirando todo
Despierto plenamente 
El miedo y el amor 
Me embargan
Pido que me lo entreguen 
Lo abrazo
Le tengo miedo a todo
Observo sus pequeñas manos
Sus ojitos brillantes
Ese montículo minúsculo que se llama nariz 
No dejo de mirarlo
Casi no puedo respirar por verlo
A veces siento
Que se le olvida respirar
Y yo lo muevo
El amor me domina
No había visto en mi vida nada más hermoso
No puedo, no logro dejar de verlo
El miedo me domina
El amor me sobrepasa
Dios mío

Patricia Lara Pachón 

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Desnudita

Desnudita


No era que viviera en una colonia nudista. Pero ella, no soportaba ninguna prenda encima de su adorable piel de alabastro. Cualquier roce le hacia un daño imposible de soportar. Ella con su candida actitud permanecía encerrada en su casa. Dormía en una bañera acondicionada adecuadamente para que tuviera una temperatura estable y miles de postes de aceites y fragantes esencias.
Un día y obligada por las circunstancias se vio obligada a salir de su "reclusión" y vistiendo bello sombrero rojo de alas muy anchas se fue a la calle.
Las gentes no podían dejar de verla. Era una aparición gloriosa. Resplandecía toda. Nadie se atrevió a decirle nada, nadie osó quitarle la mirada del rostro. Ella, se sintió adorada y respetada.  Desde aquel día, todos los miércoles a las cuatro de la tarde nuestra querida aparición salía a enamorar a todas las gentes del pueblo.
Su historia empezó a recorrer caminos y muchos curiosos llegaron a conocerla y a adorarla.

Patricia Lara Pachón 

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El sepelio

 

El sepelio


La intuición de Octavio el Octavo. La que lo hizo buscar la manera de salir de la calle ochenta y ocho y llegar apresurado a la casa paterna había funcionado de nuevo.

Sus hermanos, sus siete hermanos mayores habían fallecido mientras dormían. Sus padres apenas si, habían sobrevivido gracias a la invitación que les había hecho el ministro de la iglesia para hacer otra más de las celebraciones que año tras año hacían por el octavo hijo.

A pesar de los años, la comunidad seguía reuniéndose alrededor de la pareja, mostrándoles consideración, apoyo y un cariño incondicional. Los hermanos habían dejado de acudir ya hacía unos cinco años. Ellos habían perdido la esperanza de que apareciera. Es más, lo odiaban debido a que la familia prácticamente se había acabado como consecuencia de la desaparición del menor.

Octavio llegó esa tarde para encontrar a toda la comunidad reunida frente a la iglesia, siete féretros uno al lado del otro, con sendas coronas de rosas blancas sobre ellos. Infinidad de velas blancas en las manos, en el piso, en los barandales iluminaban esa tarde cansina. Los padres de Octavio y de esos siete cadáveres, ya viejos estaban reclinados en un sofa puesto estratégicamente en frente de la puerta de la iglesia y derramaban lágrimas a granel. En el silencio de la plaza se escuchaban susurros, oraciones y en algunos momentos incluso algunos cánticos. La comunidad se disponía a acompañar el dolor y la amargura de la pareja. De pronto, un silencio que se podía cortar con un cuchillo cayó sobre las gentes que asombradas se hacían a los lados permitiendo que Octavio, llegara hasta los pies de sus padres. Se puso de rodillas y lloró sin parar hasta el amanecer.

Nadie se atrevió a preguntar dónde había estado, a dónde había ido y porqué ahora regresaba. Y además lo hacía sin haber envejecido ni un poco, como todos los demás lo habían hecho desde el momento en que partió.

Los reporteros que habían llegado a informar las siete muertes, se dedicaron a intentar entrevistar a Octavio. El cura no hacía otra cosa que santiguarse y arrojarle agua bendita con el hisopo y se alejaba de él lo más que podía.

Esa noche nadie durmió y apenas despuntó el alba cuatro hombres agarraron de las esquinas cada ataúd y rápidamente los llevaron al cementerio. Los arrojaron de prisa en los huecos y los cubrieron con tierra lo mejor que pudieron. Dejaron sobre cada montículo una corona y partieron santiguándose. El miedo al infierno los hizo llegar a sus casas a darse una ducha caliente para quitarse el frío que les había calado hasta los huesos y a retornar a la iglesia a confesar sus múltiples pecados.

Octavio tomó de cada brazo a sus padres y los condujo despacio hasta su casa. Un hogar frío, aterrador y con al menos siete fantasmas.


Patricia Lara Pachón 


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El Octavo se presenta

El Octavo se presenta


Por increíble que parezca Octavio por fin ha llegado a su destino. Esa llamada que se le instaló en la mente y que lo conminó con insistencia para que abandonara su vida conocida y se dirigiera a un destino desconocido. Esa que lo llevó al mapa, la que lo hizo, guardar un par de cosas en su morral, la que lo instó a pedir la navaja que guardaba como un tesoro su padre. Esa que había dirigido sus pasos hacia el interior del volcán. Esa misma que ahora lo tenía viendo esa calle larga, empedrada y perfecta. Esa que ahora mismo lo llevaba hacia la casa número ochenta y ocho. La última de esa fila perfecta.
Octavio llegó a la puerta y sin dudarlo un instante entró. Ante él y como si se viera ante un espejo Octavio lo observaba.  Con un gesto de la mano le señaló una puerta abierta que lo introdujo en una alcoba y sobre la cama, Octavio yacía pálido, frio al tacto, y lo sintió como una roca helada. 
No podía creerlo. Eran los tres copias exactas. Octavio el Octavo había llegado para reemplazar a Octavio el Octavo.  Desde la calle antes en silencio empezaron a oírse susurros primero y canticos después. Cada vez más altos y vibrantes. 
Octavio lo conminó a tomar con sus manos ambos extremos de la sábana blanca sobre la que se encontraba el hombre roca. Salieron de la alcoba a la sala donde parejas exactamente iguales les hicieron una calle de honor.  Despacio, salieron a la calle recta, caminaron hacia el río antes lento y ahora caudaloso y curiosamente hirviente. Depositaron a Octavio en una barca hermosamente tejida con juncos finos y lo empujaron al caudal. Lo vieron hundirse en las aguas sin dejar siquiera un remolino. Nada. El agua se lo tragó de golpe. Octavio, tomado de la mano de Octavio el Octavo regresaron por en medio de las parejas a la casa ochenta y ocho y retomaron la vida como si nada hubiera pasado.
Y Octavio como si una pieza de un rompecabezas fuera, encajó perfecto en la calle ochenta y ocho.

Patricia Lara Pachón 

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El Octavo desaparece II

El Octavo desaparece ll


¡Dios mío! ¡Qué voy a hacer! Este muchacho no aparece. Lo he buscado por todas partes, le pregunté a su amigo y dice no saber nada. Me cuenta que lo notó extraño la última semana, pero afirma que Octavio era un hombre callado y siempre metido en sus pensamientos; mantenía la nariz clavada normalmente entre un libro. Novia no tenía, me dice; es más, jamás le había expresado que le gustara nadie, ni hombre ni mujer. Él, el amigo, también estaba asombrado y entristecido por la desaparición de Octavio.
Yo echaba cabeza pensando en la última semana, en el último día y no lograba encontrar motivo alguno.
Ese día, el día en que desapareció; se había despertado a la hora acostumbrada, y ya uno de sus hermanos estaba usando el baño. Octavio gritaba casi histérico, luego, su aullido me hizo saber que le había tocado el agua fría. Desayunó como siempre; cereal y leche. Sorbió un tinto negro e hirviente y dió un respingo de dolor al quemarse los labios. Salió a la hora acostumbrada con un morral que, supuse, contenía sus libros. Pero no, en él llevaba una muda de ropa. De eso me enteré después. También ví que faltaban de la alacena un par de latas de atún y de frijoles y también unas dos botellas de agua.  Obviamente no era suficiente alimento para una semana de ausencia, menos para las dos que ya llevaba. Yo, le decía todas esas cosas a mi viejo que se tomaba una cerveza en el sofá de la sala, pero era como si hablara sóla. Él, mi esposo, también estaba muy angustiado por la desaparición de nuestro hijo Octavio. Decía, más para él que para mi: Lo vi la noche anterior y lo noté más callado que siempre, miraba sin ver y parecía que prestaba atención a lo que yo le decía, pero en realidad estaba más ensimismado que nunca. Me dió un abrazo apretado, y me dijo que me quería, y se fue a la cama como todas las noches. ¡Ah! Sí, me preguntó por la navaja multiusos que era herencia de mi papá y me la pidió prestada para usarla en un trabajo que tendría al día siguiente. Se la entregué en sus manos, lo miré fijamente y le recordé que debía cuidarla muy bien. Noté tres días después que el machete que tenía en la funda detrás de la puerta de la cocina no estaba. Y la lima para afilar tampoco. ¿Dónde andará ese muchacho Padre Santo? Que Dios lo proteja de todo mal y peligro. Intenté, Rosalba, poner el denuncio por su desaparición, pero Octavio ya es mayor de edad y la policía piensa que se fue por su propia voluntad. Ya no sé que más hacer. ¿Qué hacemos m'hijo? Me dice el viejo tomando otro sorbo de cerveza ¿En qué nos equivocamos? Ya no se que camino coger, que puertas tocar.
José y yo nos miramos fijamente y guardamos un profundo silencio.
No logro entender, que fue lo que sucedió, porqué se fue sin decir nada. Jamás ví en sus ojos un reproche, jamás moduló alguna palabra inadecuada. Octavio fue el hijo mejor portado. Quizá ser el último lo hizo un niño más callado, más tranquilo. A lo mejor también, es posible que yo no le prestara la atención adecuada. En qué piensas m'hijo? Por favor dime en qué piensas.
La verdad he ido a sitios insospechados. Caminé por el sendero que conduce al volcán y busqué árboles o ramas por las cuales Octavio necesitara el machete. Y no, no logré encontrar nada. El sendero se mete entre las rocas y se va estrechando. No logré llegar más lejos debido a que algunas se desprendieron ante mis ojos y temí quedar sepultado. Miré entre las rendijas y medio observé como ramas verdes a lo lejos. Pensé en un bosque pero no logro entender como podría haber uno en medio de esa pared inexpugnable. Tuve que regresar por dónde fui. Sólo, sin mi hijo. Sin mi adorado Octavio.

Patricia Lara Pachón 

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Resignación

Resignación 


Parece un cuero curtido por el sol, la vida la tiene acumulada en los ojos brillantes como un carbón encendido. Me ve y sonríe, me saluda con la amabilidad que le dieron los años de luchas. Aspira un cigarrillo y exhala el humo con suavidad mientras parece que lee las volutas que le danzan en frente. Es flaca, no delgada. Tiene una edad indefinible. Llegó pacíficamente a trabajar, se nota que realiza todas las actividades sin prisa y sin pausa. No entiendo si es ensoñación con la vida o si ella la entiende tan bien que sabe que no hay que cansarse ni correr pues llegará al destino sí o sí.
No se como se llama pero yo la llamaría Resignación.

Patricia Lara Pachón 


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domingo, 1 de junio de 2025

Paranormal

Paranormal 


Patsy siempre ha tenido un poder extraño. Ella dice que es herencia de su tío que era brujo. Cuentan las malas lenguas que él hizo pacto con el diablo. Patsy no, pero al parecer recibió por herencia sanguínea algunos de sus "poderes"
Anoche ella fue a la cocina siguiendo a su gato, hablaban de cualquier cosa. De repente el minino se detiene levanta las orejas y la cola y se regresa a la carrera dejándola abandonada a su suerte con algo que ella no pudo ver ni percibir pero que ella intuyó era un fantasma.  El suceso pasó al olvido luego de nuestra protagonista contárselo a su esposo.
Patsy se mete a la cama pero se  está durmiendo muy tarde, en algún momento de la madrugada se despertó sobresaltada, unas ganas enormes de orinar la hicieron bajar las piernas al piso y de ahí como un resorte de nuevo a la cama y bajo las cobijas. Ella presintió algo malo, maligno. Que se estiraba desde el piso hacia el techo justo atrás de su esposo.  Las ganas de orinar eran muy fuertes, aún más que el miedo que la embargaba. Empezó a rezar con fuerza a la virgen primero, al padre después, al niño Dios, y de nuevo se encomendó a la virgen. Se descobijó despacio, bajó ambos pies de la cama, los metió en las sandalias y caminó los cinco pasos que la separaban del baño. Se sentó y empezó a racionalizar el susto; miro en todas direcciones, terminó de orinar y regresó a la cama no sin antes apagar la luz del decodificador que a esa hora lo iluminaba todo. Se metió a la cama y al instante estaba dormida de nuevo.

Patricia Lara Pachón 

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El bosque

El bosque 


Y ese papel en blanco hoy mañana contendrá un bosque; verde, brillante, reluciente.
Y una historia real o ficticia florecerá en ella y tendrá  historias nuevas.
Así... eso... son los bosques. Recipientes de vida.

Patricia Lara Pachón 

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El lápiz verde

El lápiz verde 


Éste era un lápiz coqueto y bonito
Que un día sin dilación 
A la tarea se dió
De restaurar un gran bosque
Cuanta hoja blanca encontraba
Con letras y puntuaciones
Flechas, rayas, exclamaciones
Un bosque él dibujó 
En la mente él recreó a su familia anterior
De ese modo era feliz
Pues en los trazos que daba
Su abuelo, y padres estaban.
Y para hacer aún más completa
Tanta felicidad, él dibujaba también 
A su familia soñada.
Y tanto los deseó 
Que el día que se acabó 
Él llegó al cielo de árboles 
Y allí los encontró.
Y tirurín tirurado este poema se ha acabado.

Patricia Lara Pachón 



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Asunto de familia

Asunto de familia 


Y la madre le dice a su hija. Es tú hermano, ahora estás peleando con él, pero más adelante seguro van a ser el uno el refugio del otro. Ahí me quedo pensando... Y me quedo callada. Aún mis hermanos no han sido el mío y pienso que al faltar mamá que es el hilo conector por aquello de que somos sus cuidadores. Muy seguramente ya nada nos unirá y ahí sí cada camino será diferente, distinto; distante.
Yo.
Patricia Lara Pachón 
Elucubrando

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Un amor de los buenos

 Un amor de los buenos


Se incorporó como Dios le ayudó. Apenas sí lograba reunir fuerzas para levantarse de la cama e ir al baño. Ducharse le dolía en el cuerpo y en el alma y hacía que las lágrimas fluyeran aún más... A raudales. No entendía como aquello que había empezado como un juego y había seguido siendo un disfrute se había convertido en este dolor tan espantoso, tan terrible. Le dolía literalmente hasta el pelo. El alma apachurrada en algún sitio había dejado de quejarse y ya solo esperaba a morirse para lograr sobrevivir a aquel espanto.
En serio, porqué la vida le estaba cobrando con tanta saña aquellos días de lo que para ella sería siempre un agosto que hoy veía tan distante.
El amor debería ser alegría, risas, vientos suaves que te despeinaran, besos que como mariposas se posaran aquí y allí. Y sí, al principio y medio en broma lo había sido. Pero ahora, todo era ésta horrible pesadilla de la cual no lograba encontrar la forma de salir, de escapar. 
Dios, en su infinita sabiduría muy seguramente la iría conduciendo por los caminos correctos hasta encontrar la paz. La manera de sobrevivir la ruptura, de pensar en él sin aquel horroroso dolor.  Ella, lo que finalmente quería encontrar al final de este tortuoso camino; era un amor de los buenos.

Patricia Lara Pachón 

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jueves, 22 de mayo de 2025

Arrancadas de cuajo

Les cuento que estoy absolutamente asombrada. Tengo en mi antejardín sembradas unas plantas de banano enano. En alguna oportunidad logré un racimo, los otros se los han llevado y en algún momento quizás por las hojas para envolver tamales o fiambres se llevaron la parte superior completa de la mata y con las hojas el racimo aún sin florecer. 
Hoy salgo y me encuentro totalmente arrancadas dos de las plantas, una pequeña por ahí de medio metro y la otra ya grandecita.
No entiendo, que cabe en las cabezas de esos destructores para hacer el daño por hacerlo. Qué beneficio sacan con eso.
Estoy molesta, triste, descorazonada de la "humanidad".
Bueno, me quedo con esos sentimientos esperando un poco de tranquilidad.
Yo.
Patricia Lara Pachón




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Soy un ser de luz

Soy un ser de luz

Cómo soy un ser humano de luz y escribí sobre una cosa que no me gusta voy ahora a enmendar el "error" si se puede llamar así, y voy a escribir sobre cosas que me gustan.

Me encanta ir por la calle saludando a mis vecinos con una mirada franca y una sonrisa real. Yo saludo de verdad con gusto.
Amo, saludar a los viejitos a los que se les ilumina el rostro y regalan bendiciones a granel; las desgajan con la generosidad que da los años.
Saludo a los habitantes de calle, los miro al rostro para que sepan que aún son visibles, que existen. Que al menos yo los veo.
Me encantan los animalitos y las plantas, siempre que tengo oportunidad los acaricio y les converso.
Observo todo y las cosas más mínimas me regocijan. A veces, entiendo cosas a las cuales no les había prestado antes atención.
Casi todo lo que veo me parece una gran bendición y constantemente agradezco. Le doy gracias a Dios por ser tan bueno conmigo y cuidarme tanto.
Yo.

Patricia Lara Pachón 
La pacífica.

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El mantenimiento

El mantenimiento 

Debo o mejor, deseo contarles que hace como un mes se descompuso mi nevera. Se le salió el gas a la muérgana.
Lo cierto del caso es que busque en internet una empresa para la reparación, y de allí, unas personas muy amables me enviaron el técnico, que procedió a hacer la reparación y el "mantenimiento". 
El domingo pasado escuché un goteo en la nevera y al revisar noté que una manguera cristalizada se había roto, creí que eso hacia parte del mantenimiento y procedí a escribir al WhatsApp de la empresa que había contratado y también al técnico que había hecho la reparación y el "mantenimiento". El señor primero me pidió la factura y ¡oh por Dios! Me di cuenta que yo no la había solicitado y ellos no me la habían hecho llegar como debería haber sido. Después de decirles que tenía como demostrar mi pago, aceptaron que habían hecho la reparación, pero dijeron que el mantenimiento no incluía la manguera.  Les dije que bueno, pero que yo quería mi factura.  Empezaron a ignorarme en el WhatsApp y a no responder mi llamada tampoco.  Así que como ya me sentía muy molesta busque en internet la página de citas de la DIAN; tomé un pantallazo de ella y procedí a pegarla en la linea de mensajes ignorados, sin agregar media palabra.
¿Que creen? Al cabo de diez minutos entra a mi celular una llamada, como estoy tan cansada del spam yo respondo pero no digo nada hasta que la otra persona habla. El señor del otro lado de la línea dice aló, yo respondo igual, él me pregunta si soy Patricia Lara y digo que sí. Él se presenta y me dice que habla de la empresa de reparación. Procede a decirme las mismas cosas que yo sabía a lo que yo le digo que solamente quiero mi factura. El hombre me dice que mientras hablábamos él ya me la había enviado. Reviso y ahí la tengo ahora.  Acabada de hacer, fresquita.
Me doy cuenta que he perdido mucho tiempo en reclamaciones infructuosas.  Ahora ya se a quien debo acudir para que me atiendan con amabilidad y prontitud.
Ahí les dejo esa información.

Patricia Lara Pachón 

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miércoles, 21 de mayo de 2025

Los ganchos

Los ganchos 


Hay una cosa que es una real tontería pero que a mí me molesta (En realidad son varias) pero voy a hablar sólo de una. U-na.  Una.
Es la siguiente.  Pongo a ropa la secar en ganchos. A veces en la zona de ropas y otras en un aparato rudimentario ubicado en una especie de invernadero que tengo. Y resulta que las "personas" de mí familia; justo quieren alguna de esas prendas. ¿Y qué creen? Toman la blusa, el pantalón, o lo que sea y dejan el gancho ahí. No lo llevan al sitio que le corresponde cuando tiene su "vida" vacía. El gancho se queda ahí, sólo, en medio de otros ganchos en uso. 
No debería molestarme esa bobada. Pero lo hace. ¿Que les impide a ellos dejarlo en el puesto? Muy seguramente la pereza; el saber que la boba está ahí detrás intentando al menos ordenar un poco.
Pero bueno... Ustedes, me imagino que también estarán de acuerdo en que ese disgusto es por una tontería.
Yo.
La cuadriculada...

Patricia Lara Pachón 

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Por mi vienen

Por mi vienen


Ahí, sentado en esa mecedora chirriadora y a punto de deshacerse en  pedazos, miro en lontananza y veo allá, en esa línea que parece el horizonte en ocaso, un par de diminutos puntos. Me distraigo con las nubes negras que amenazan tormentas y vuelvo la vista a los antes puntos que ahora se ven más grandes. No percibo que son y no me importa. Regreso a mirarme las manos llenas de venas negras y gordas y de nuevo el horizonte y esos dos personajes que se mueven, que avanzan hacia mi.  Hombre y mujer percibo. Él, pantalón negro, camisa blanca, bolso en el hombro derecho que descansa en la cadera izquierda, poncho, sombrero de media ala. Ella, blusa blanca, falda negra, cabello ensortijado. Se acercan más y más. Él, tiene bigote poblado, y ella unas cejas dibujadas con lápiz negro tan desprolijas que dan miedo o risa. Yo, me sigo meciendo en la casi derruida mecedora. Ellos, siguen avanzando. Por fin mi mala visión me permite entender, ver con claridad los dos personajes. Me quedo estático... Son padre y madre, muertos hace ya muchos años... La silla se detiene.

Patricia Lara Pachón 


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No lo comprendo

No lo comprendo 


No lo entiendo, juro por Dios que no logro entenderlo. Hace unos días me desperté sobresaltada. Tenía opresión en el pecho, el corazón a mil, la piel la tenía helada y algo así como babosa, resbalosa. Lo importante no es eso, lo verdaderamente importante es que desde ese momento no encontré a mi familia en la casa. Al parecer todos habían salido, pero no se  llevaron sus objetos personales. Todo estaba allí. Las ropas, sus camas deshechas como siempre, los platos y vasos sobre la mesa del comedor, las ollas con comida en la estufa, etc. Miré por la ventana y no se veía ni un alma, el silencio era total, no se veía vehículo alguno tampoco. El silencio lo cubría todo.
Era cierto que el barrio siempre era muy silencioso. Pero lo que sucedía ahora era peor; salí, caminé por las calles, como lo hacía al pasear a Capitán y nada. Ni un alma. Regresé a mi casa, limpié todo, tendí camas, lavé la loza, vi televisión un rato, tejí y cansada y aburrida me dormí.
Me desperté igual que el día anterior, las cosas en desorden, la casa sola, las calles calladas. Todo igual; caminé, limpié, hice algunas cosas, me dormí agotada. Aún deambuló de aquí para allá... Buscándolos.

Patricia Lara Pachón 

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El Octavo desaparece

El Octavo desaparece


¡Dios mío! ¡Qué voy a hacer! Este muchacho no aparece. Lo he buscado por todas partes, le pregunté a su amigo y dice no saber nada. Me cuenta que lo notó extraño la última semana, pero afirma que Octavio era un hombre callado, siempre metido en sus pensamientos. La nariz clavada normalmente entre un libro. Novia no tenía, me dice; es más, jamás le había expresado que le gustara nadie, ni hombre ni mujer. Él, el amigo, también estaba asombrado por la ausencia de Octavio.
Yo echaba cabeza pensando en la última semana, en el último día y no lograba encontrar motivo alguno.
Ese día, el día en que desapareció; se había despertado a la hora acostumbrada, y ya uno de sus hermanos estaba usando el baño. Octavio gritaba casi histérico, luego, su aullido me hizo saber que le había tocado el agua fría. Desayunó como siempre; cereal y leche. Sorbió un tinto negro e hirviente y dió un respingo de dolor al quemarse los labios. Salió a la hora acostumbrada con un morral que, supuse, contenía sus libros. Pero no, en él llevaba una muda de ropa. De eso me enteré después. También ví que faltaban de la alacena un par de latas de atún y de frijoles y también unas dos de botellas de agua. Obviamente no era suficiente alimento para una semana de ausencia, menos para las dos que ya llevaba.  Yo, le decía todas esas cosas a mi viejo que se tomaba una cerveza en el sofá de la sala, pero era como si  hablara sóla. Él, mi esposo, también estaba muy angustiado por la desaparición de nuestro hijo Octavio. Decía, más para él que para mi: Lo ví la noche anterior y lo noté más callado que siempre, miraba sin ver y parecía que prestaba atención a lo que yo le decía, pero en realidad estaba más ensimismado que nunca. Me dió un abrazo apretado, y me dijo que me quería, y se fue a la cama como todas las noches. ¡Ah! Sí, me preguntó por la navaja multiusos que era herencia de mi papá y me la pidió prestada para usarla en un trabajo que tendría al día siguiente. Se la entregué en sus manos, lo miré fijamente y le recordé que debía cuidarla muy bien. Noté tres días después que el machete que tenía en la funda detrás de la puerta de la cocina no estaba. Y la lima para afilar tampoco. ¿Dónde andará ese muchacho padre santo? Que Dios lo proteja de todo mal y peligro. Intenté, Rosalba, poner el denuncio por su desaparición, pero Octavio ya es mayor de edad y la policía piensa que se fue por su propia voluntad. Ya no sé que más hacer. ¿Qué hacemos mija? Me dice el viejo tomando otro sorbo de cerveza ¿En qué nos equivocamos? Ya no se que camino coger, que puertas tocar.
José y yo nos miramos fijamente y guardamos un profundo silencio.

Patricia Lara Pachón 

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Soy el número ocho el retorno

Soy el número ocho, el retorno 


Había retornado a la ciudad, la casa paterna ahora sólo albergaba una pareja de ancianos. Al verme se asombraron mucho y la alegría les iluminó los rostros. Ellos apenas sí se percataron que yo estaba igual que el último día que me vieron. A lo mejor sus ojos ya no veían muy bien.
Me quedé con ellos. Los cuidé con amor y los acompañé casi simultáneamente a sus tumbas.
Me quedé en esa casa tan sola. Tan vacía de vida. El silencio lo dominaba todo y a pesar de disponer de muchos los libros, más incluso de los que deseaba, yo me sentía vacío.
Empecé a soñar con la calle ochenta y ocho, extrañaba todo a pesar de que en su momento y después de unos quince años había sentido la necesidad de escapar de allí, de huir. Quizá, la vida de mi familia me llamaba, a lo mejor no saber de mis padres y hermanos no me dejaba tener paz.
Ahora, sin ellos. Deseé con todas mis fuerzas regresar. 
Octavio, el Octavo miembro de su familia. Mi compañero me esperaba. Yo había prometido regresar y estaba dispuesto y decidido a hacerlo.
Así qué regresé a la biblioteca de la Octava y allí, en el mismo rincón en que lo había dejado antes, encontré el libro y dentro de él, el mapa. 
Procedí a tomar una fotografía y como hice antes dejé los elementos en la esquina, casi ocultos e igual de polvorientos que antes.
El tiempo fuera de la ochenta y ocho había hecho su obra. Ya no era el jovencito de antes pero igual armado de valor encontré mi camino.
El bosque inmenso, casi infranqueable, el túnel oscuro pero ahora con la seguridad de reconocer el camino, el puente sobre el rio no tan lento y la calle.
La calle ochenta y ocho sucia, decadente. Las casas llenas de malezas, la luz muy incipiente y cansina y al final la casa de Octavio, el Octavo. Y en una mecedora que chirriaba al moverla, un anciano sentado. Los ojos apagados, las manos aferradas a un bastón, la boca en una linea fina, el cabello hirsuto, blanco. Apenas si logró escuchar mi voz al llamarlo a gritos.  Enderezó el pecho, estiró una mano, al menos lo intentó, y la dejó caer al mismo tiempo que exhaló un suspiro apenas audible.
Yo, Octavio el Octavo sentí que todo temblaba a mi alrededor, rocas empezaron a caer desde arriba, desde donde antes se veía el cielo azul. Miré y vi volutas de humo que salían de prisa. Sentí que las rocas bailaban bajo mis pies y empezaron a tomar fuerza para salir expulsadas.
Alcancé a decirme a mi mismo... Volví.

Patricia Lara Pachón 

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La familia