Y finalmente...
El cielo se oscureció y empezaron a llover fantasmas. Las almas de todos aquellos que alguna vez poblaron el mundo. Tantos que era imposible que no empezaran a haber montañas de espíritus. Curiosamente eran pesadas y las de abajo no podían sacudirse las de arriba. Así que al ser aplastadas; destilaban, supuraban una materia horrenda, de un olor nauseabundo que fue penetrando la tierra, contaminándola.
Los pocos seres vivos que sobrevivieron a la hecatombe lo único que deseaban era una muerte rápida. Se veía que la sobrevivencia era imposible dadas las circunstancias.
Sentarse a esperar sin la menor esperanza era el futuro cercano y eso fue lo que hicieron.
Sus cuerpos paulatina e inexorablemente se fueron vaciando de vida. Sus ojos inexpresivos veían sin ver y sus manos desesperadas apretaban con fruición la nada.
Así los encontró la muerte, cálida y comprensiva.
Patricia Lara P
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