jueves, 17 de julio de 2025

Las margaritas de Octavio

Las margaritas de Octavio 


Octavio amaba las margaritas, pétalos blancos con corazón dorado; repleto de dulce polen. Pero en la calle ochenta y ocho, las macetas tenían siemprevivas. Todas y cada una de las macetas portaba una planta exactamente igual a las otras. Flores minúsculas moradas con una que otra florecilla blanca. La calle ochenta y ocho lucía algo lúgubre entonces. Un día y de la nada en la maceta de la casa de Octavio el octavo apareció una minúscula margarita, luego otra y otra y el ramillete flotaba gracil regalando su dulce aroma y sus mejores colores blanco resplandeciente y dorado sublime. 
Los habitantes de la calle miraban con admiración e incluso con envidia la hermosa floración.  De pronto y de la nada como si magia fuera, las demás macetas se llenaron de margaritas y unas abejas tímidas empezaron a llegar. La vida en la calle ochenta y ocho resurgía, al parecer renacía en las cenizas o ¿No?

Patricia Lara Pachón 



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El ingreso

El ingreso


Octavio llevaba en su espalda el morral, en su mano derecha el machete y en la izquierda el mapa que él mismo había dibujado del original que encontró en la librería y que había dejado oculto en el mismo sitio que lo encontró. Ingresó por la ladera del volcán buscando mínimas señales que pasarían desapercibidas para ojos no entrenados o que no sabín lo que debían buscar. Una piedra rojiza sobre otra azulina. Más allá un árbol esmirriado y muy golpeado por el viento gélido   y el clima inclemente. De pronto tallado en la piedra caliza un aviso que decía "No hay retorno". Octavio no lo pensó siquiera y continuó su camino, apenas si paraba un instante para beber un sorbo de agua. Cada tanto unas letras talladas igual que la anterior advertían "Detente y da la espalda", "Regresa". Aún más adelante aparecieron otro tipo de avisos, unos positivos y conciliadores, "No desistas, tu felicidad está adelante" "Si estás aquí es porque conoces tu destino" "Ya pronto llegaras" "Estás a unos pasos".
A Octavio el Octavo se le iba la mirada al frente, intuyendo su tranquila y apacible felicidad.
"Llegaste" "Está es la calle ochenta y ocho" y sí, ante sus ojos asombrados apareció magnífica la calle que el intuía y que nosotros conocemos y reconocemos.
Una nota esculpida a la pared de la primera casa decía "Bienvenido" y continuaba "todos esos mensajes que encontraste fueron dejados y esculpidos cuidadosamente por tus predecesores con el fin de acompañarte en el camino" sigue tu intuición que tú compañero te espera.
Patricia Lara Pachón 

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Lo que deseaba

Lo que deseaba


Desde antes de nacer Viana había tenido este su fuerte temperamento. Su mamá Angela se lo contaba a todo aquel que la quisiera oír. La nena en el vientre se había sentado dándole la espalda al mundo. Poco o nada se movía y succionaba su dedo con fruición. Curiosamente al nacer, no se había querido "relacionar" con nadie más que su mamá, su papá y sus hermanas. Una arruga salía de entre sus cejas. Se había convertido en una niña, luego, una jovencita y después una mujer joven muy solitaria.
Al otro lado de su barrio vivía Octavio, el Octavo hijo de una familia muy similar a la suya. El nunca se había fijado en ella, pero ella en él muchísimo. Lo seguía como una sombra. Ella lo vio recoger las semillas del Olmo, lo vio dibujar en un cuaderno, un mapa y tan pronto salió de la librería, ella hizo lo mismo también.
Al verlo abandonar su casa con el morral y dirigirse al volcán, lo siguió y tan pronto lo vio desaparecer por aquella gruta, regresó a su casa. Tomó las cosas que creyó necesarias y que ademas deseaba y partió igual que Octavio el Octavo.
¿Fue el capricho de Viana el que creó el caos que quizá, sólo quizá conduciría a la destrucción de la querida calle ochenta y ocho?
Ella ingresó un poco después que él y sin dudarlo siquiera entró en su casa, la que sería el hogar de los dos. Viana deseaba tener con Octavio una familia numerosa y haría lo que fuera para lograrlo.

Patricia Lara Pachón 

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Kaiser

Kaiser


Un poco después de la llegada de Viana y estando la calle ochenta y ocho prácticamente en ebullición hace su ingreso un perro que llevaba en su cuello una placa con un nombre escrito, Kaiser. El pobre can estaba muy golpeado, sangraba copiosamente. A pesar del lamentable estado el animal caminaba con la cola en alto, las orejas paradas y viendo a todos lados.
Era la primera vez que un animal ingresaba a la calle ochenta y ocho. De pronto Kaiser olfatea y con seguridad se dirige hacia donde hacía muy poco tiempo había entrado Viana. Al verla, salta de alegría, ladra en un tono muy suave, el viento empieza a cruzar la calle de norte a sur y al acariciar al perro las heridas desaparecen, no solo recupera la salud, también en gran medida la juventud.
Los habitantes que apenas se iban adaptado a la llegada de Viana a la casa de Octavio, ahora deberán también aceptar un perro alegre y juguetón.
La vida en la calle ochenta y ocho ha pasado de un sobresalto a otro. A pesar de eso se ven rostros sonrientes a ratos. De todas formas las caras de preocupación son las más.
¿Vendrán acaso tiempos mejores? ¿La fatalidad que temen será solo un mal sueño, un mal presentimiento?

Patricia Lara Pachón 

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La curiosidad de Octavio

La curiosidad de Octavio 


Octavio el Octavo vivía apaciblemente con sus hermanos y padres. Era el menor de todos y por lo tanto el más mimado. Sus hermanos lo protegían como un tesoro ya que no deseaban que sus padres sufrieran. 
Un día Octavio se encontró enterrado entre las raices de un Olmo que amaba, un espejo sucio y deslucido. Lo tomó en sus manos y lo limpió lo mejor que pudo. No sabía qué hacer ya que al observarse en el veía a un Octavio unos años mayor. Se asustó mucho con eso y ocultó el espejo entre sus ropas. Lo llevó a su casa y en las noches lo miraba entre asombrado y agitado. Una noche entre tantas se sorprendió haciéndose una pregunta en voz alta, la cual fue respondida en el acto.
Octavio el Octavo le preguntó a Octavio el del espejo que era lo que deseaba. Así que éste procedió a contarle que existía adentro del volcán una calle que se llamaba ochenta y ocho, que era en ella todo perfecto y que lo estaban esperando ya.
Al principio no le creyó pero con el correr de los días la espina de la curiosidad lo picó y lo llevó hasta la librería en la que se encontraría el mapa.
¿Ya lo demás lo sabemos?

Patricia Lara Pachón 

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La profecía

La profecía 

El profeta de fuego 

En tiempos inmemoriales un Profeta de fuego, al llegar a la calle ochenta y ocho había dicho. "Un día, un Octavo llegará con ideas salidas de la realidad del mundo volcano conocido y con ellas surgirá un nuevo mundo, una calle deberá ser destruida para que renazca otra, una nueva"  Todos los que lo oyeron prefirieron no escuchar sus palabras y con el paso del tiempo, de los años, prácticamente las olvidaron. Solo una pareja de la calle ochenta y ocho, conservaba la tradición de la oralidad y cada que un nuevo miembro llegaba se la hacían saber.  Sólo a Octavio el octavo prefirieron no decírsela, quizá por su nombre y el miedo que eso les ocasionaba. Los otros habitantes seguro no la recordaban pues algunas personas sacuden de su cabeza cualquier idea negativa.
Octavio, el Octavo llegó para quedarse, al menos esa era su idea... La vida lo guiaría como siempre por caminos insospechados. Octavio el Octavo se sentía muchas veces como una hoja al viento.

Patricia Lara Pachón 

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El suceso

El suceso


Un día entre tantos iguales, una de las laderas internas del volcán en el que se encontraba la calle ochenta y ocho empezó a dejar fluir algo extraño. Nadie lo notó por supuesto.  Hacía muy poco que habían descubierto el framboyán y esperaban que más cosas confirmarán que la profecía se empezaba a cumplir.
La vida en la calle ochenta y ocho no era tan pacífica como antes, las parejas se desplazaban hasta el hermoso árbol y se disputaban su adorable sombra.
Un día entre tantos un pequeña hendidura empezó a notarse en medio de la calle. Era minuscula pero al igual que el framboyán crecía considerablemente.
De pronto, por ella empezó a correr lava ardiente, roja y humeante. Y sorpresivamente el árbol empezó a dejar caer sobre sus desprevenidos visitantes gotas ardientes. La mitad de la comunidad sufrió horribles quemaduras, quedando desfigurados unos, ciegos otros, y prácticamente locos los demás.
La profecía seguía su curso. Solo Octavio, el octavo estaría en disposición de remediar aquello que el mismo habia ocasionado. ¿O no?

Patricia Lara Pachón 

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El framboyán

 

El framboyán 

(O árbol de fuego)


Octavio se había adaptado completamente a la calle ochenta y ocho, bueno... Prácticamente a todo, pero extrañaba demasiado, y ahí si cambia la palabra "demasiado", los árboles. Amaba recostarse en un cedro del parque cercano a su casa. Le encantaba respirar el aire que bailaba entre las ramas del mismo. Había soñado siempre con la calle ochenta y ocho, la intuía, la presentía y la deseaba. Sentía que su felicidad estaba allí.

Ahora, tan pleno como se sentía quería plantar en su patio su propio árbol. Ocultas entre sus prendas había llevado las semillas del cedro. Las había ido seleccionado entre las más bonitas. Él sabía que no iba a tener muchas oportunidades para que germinara y menos aún que se le permitiera conservar, primero el retoño y después menos el árbol en crecimiento. Bien era cierto que la calle ochenta y ocho estaba rodeada del rio y de un bosque inhóspito y espeso, pero Octavio no podía llegar hasta ahí y menos aún pensar en tener un rato bajo sus frondosas y oscuras ramas. Ramas que siendo sincero no se movían ni un ápice, menos aún expelían algún aroma.

Se dió entonces sus mañas y con sumo cuidado de no ser visto, abrió un pequeño hueco en su patio y todos los días paseaba por allí con un vaso con agua que "accidentalmente" se regaba en el mismo sitio. Un día con asombro vió el pequeño brotar de la tierra y su felicidad fue tan grande como su temor. Trató de ocultarlo y lo logró por un par de días. Pero, el arbolito crecía con suma rapidez, a la semana ya lo superaba en tamaño, tanto que llamó la atención de los demás habitantes de la calle. Empezaron a hacer correrías, a visitar el árbol que crecía y crecía. Sus ramas y características no eran del buen Olmo, era indudablemente un árbol de fuego. Los habitantes de la calle ochenta y ocho empezaron a recordar, a hablar entre ellos primero y en susurros después y luego en voz alta, muy alta. En éstas conversaciones mencionaban con admiración y miedo algo que todos esperaban. Al parecer la profecía empezaba a cumplirse.


Patricia Lara Pachón 

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Viana

Viana


Viana había sentido el llamado y al igual que Octavio, se había dado a la tarea de recoger algunas de sus posesiones personales e incluso familiares. Había anotado algunas recetas de cocina de su madre y sensible como era, había tomado de cada una de sus siete hermanas algo que se las recordara: un anillo, una hebilla, un par de medias, un pañuelo, un mechón de cabello, un poema, un dibujo. Cosas mínimas que no ocuparan demasiado espacio en su pequeño morral.
Había avanzado por una caverna, había llegado al bosque prácticamente infranqueable, el río, el puente, el túnel y finalmente la calle ochenta y ocho 88.
Se sintió asombrada, sorprendida por la belleza de la misma. Todo exactamente igual. Miró a lado y lado y se dirigió sin prisa hacia la casa cuarenta y cuatro 44.
Igual que Octavio entró en ella, el corredor, la sala, la alcoba, El delicioso aroma en la cocina y ahí, en el medio de todo sintió que la puerta se abría y un Octavio la miraba con asombro. No era lo que se esperaba. La exactitud se había roto de golpe. Empezaron a escucharse susurros primero, conversaciones después y gritos y llantos luego. No era posible que la armonía se hubiese roto de golpe.  ¿Que era lo que había sucedido para que la nueva Viana no fuera quien ingresara a la calle ochenta y ocho? A que nefasta situación se verían enfrentados los miembros antiguos ya acostumbrados a la vida que les discurría plácidamente y sin mayores afugias.
Todo en la calle ochenta y ocho era algarabía y terror. ¿Quien les explicaría algo y les haría perder el miedo que en éste momento los dominaba. Sólo tenían preguntas los habitantes de la calle ochenta y ocho.
¿Qué pasaría con Viana, qué sería de Octavio?

Patricia Lara Pachón 

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La boda

La boda


Octavio estaba preparando su huída. Nadie podía saberlo, por eso mismo participó activamente en La boda de Helena, la mujer que todos pensaban que él amaba. 
Por eso, cuando lo veían con esa bruma en la mirada, fingían ignorarlo e incluso entenderlo. Sus padres y hermanos le palmeaban la espalda con consideración.
Octavio era el padrino del novio y el mejor amigo de la novia. Él eligió el bar para la despedida de soltero del Carlos, él contrató las bailarinas, y pagó con sus ahorros el licor y los pasabocas. Le cuidó la borrachera al novio y se encargó de que llegara puntual a la iglesia. 
También invitó a un cuarto de hotel con jacuzzi, a las mejores amigas de Helena, les compró tocados brillantes a cada una y a la novia una corona con velo que lanzaba bellos destellos ante la luz lunar. Les proveyó también todo el vino espumoso que quisieron tomarse y pasabocas delicados para que ninguna de ellas tuviera queja alguna. Se encargó de que la madrina cuidara que la novia llegara a tiempo a su boda.
Octavio iba y venía. Si hubiera sido el novio muy seguramente no habría estado tan comprometido con los detalles.
Ayudó a elegir la iglesia, habló con el padre que lo había confesado cada sábado y le había dado la sagrada ostia en las manos unidas cada domingo. Eligió con ellos el sitio de la fiesta, seleccionó la decoración, las flores, se encargó el mismo de revisar la vajilla y los platos a servir. Era increíble que un hombre prácticamente invisible como Octavio, se hubiera llenado de vitalidad y de ganas por ver a sus amigos felices y casados.
Les compró los pasajes y les eligió el destino soñado. Por algo había estado con ellos toda su vida. Por algo eran sus mejores amigos.
Después de que Helena y Carlos se dieran mutuamente el si, Octavio, les ayudo a partir la torta mitad de chocolate blanco por ella y almíbar y miel por Carlos, la otra mitad. El centro era de albaricoque, su fruta preferida, de ese modo también dejaba su marca y gusto en el festejo.
Después el brindis donde las frases más amorosas y amables, con voz entrecortada las pronunció justamente él, Octavio.
Los platos se sucedieron causando sensación. Desde una fina ensalada con camarones, continuando con codornices confitadas y finalizando con un postre suave y delicado.
Parecía que Octavio estaba en todas partes, que no se cansaba, al final y bien entrada la madrugada dejó a la pareja en el hotel, prometiendo estar puntual para llevarlos al aeropuerto.
Así fue, no se veía cansado para nada. Sus ojos a veces se le oscurecían pero recobraban El brillo al instante.
Sus padres y hermanos lo miraban admirados pues intuían  que sufría mal de amores.  Pero... En realidad eran bien otros los motivos que le oprimían el corazón a Octavio.

Patricia Lara Pachón 

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Las margaritas de Octavio

Las margaritas de Octavio  Octavio amaba las margaritas, pétalos blancos con corazón dorado; repleto de dulce polen. Pero en la calle ochent...