jueves, 22 de mayo de 2025

Arrancadas de cuajo

Les cuento que estoy absolutamente asombrada. Tengo en mi antejardín sembradas unas plantas de banano enano. En alguna oportunidad logré un racimo, los otros se los han llevado y en algún momento quizás por las hojas para envolver tamales o fiambres se llevaron la parte superior completa de la mata y con las hojas el racimo aún sin florecer. 
Hoy salgo y me encuentro totalmente arrancadas dos de las plantas, una pequeña por ahí de medio metro y la otra ya grandecita.
No entiendo, que cabe en las cabezas de esos destructores para hacer el daño por hacerlo. Qué beneficio sacan con eso.
Estoy molesta, triste, descorazonada de la "humanidad".
Bueno, me quedo con esos sentimientos esperando un poco de tranquilidad.
Yo.
Patricia Lara Pachón




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Soy un ser de luz

Soy un ser de luz

Cómo soy un ser humano de luz y escribí sobre una cosa que no me gusta voy ahora a enmendar el "error" si se puede llamar así, y voy a escribir sobre cosas que me gustan.

Me encanta ir por la calle saludando a mis vecinos con una mirada franca y una sonrisa real. Yo saludo de verdad con gusto.
Amo, saludar a los viejitos a los que se les ilumina el rostro y regalan bendiciones a granel; las desgajan con la generosidad que da los años.
Saludo a los habitantes de calle, los miro al rostro para que sepan que aún son visibles, que existen. Que al menos yo los veo.
Me encantan los animalitos y las plantas, siempre que tengo oportunidad los acaricio y les converso.
Observo todo y las cosas más mínimas me regocijan. A veces, entiendo cosas a las cuales no les había prestado antes atención.
Casi todo lo que veo me parece una gran bendición y constantemente agradezco. Le doy gracias a Dios por ser tan bueno conmigo y cuidarme tanto.
Yo.

Patricia Lara Pachón 
La pacífica.

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El mantenimiento

El mantenimiento 

Debo o mejor, deseo contarles que hace como un mes se descompuso mi nevera. Se le salió el gas a la muérgana.
Lo cierto del caso es que busque en internet una empresa para la reparación, y de allí, unas personas muy amables me enviaron el técnico, que procedió a hacer la reparación y el "mantenimiento". 
El domingo pasado escuché un goteo en la nevera y al revisar noté que una manguera cristalizada se había roto, creí que eso hacia parte del mantenimiento y procedí a escribir al WhatsApp de la empresa que había contratado y también al técnico que había hecho la reparación y el "mantenimiento". El señor primero me pidió la factura y ¡oh por Dios! Me di cuenta que yo no la había solicitado y ellos no me la habían hecho llegar como debería haber sido. Después de decirles que tenía como demostrar mi pago, aceptaron que habían hecho la reparación, pero dijeron que el mantenimiento no incluía la manguera.  Les dije que bueno, pero que yo quería mi factura.  Empezaron a ignorarme en el WhatsApp y a no responder mi llamada tampoco.  Así que como ya me sentía muy molesta busque en internet la página de citas de la DIAN; tomé un pantallazo de ella y procedí a pegarla en la linea de mensajes ignorados, sin agregar media palabra.
¿Que creen? Al cabo de diez minutos entra a mi celular una llamada, como estoy tan cansada del spam yo respondo pero no digo nada hasta que la otra persona habla. El señor del otro lado de la línea dice aló, yo respondo igual, él me pregunta si soy Patricia Lara y digo que sí. Él se presenta y me dice que habla de la empresa de reparación. Procede a decirme las mismas cosas que yo sabía a lo que yo le digo que solamente quiero mi factura. El hombre me dice que mientras hablábamos él ya me la había enviado. Reviso y ahí la tengo ahora.  Acabada de hacer, fresquita.
Me doy cuenta que he perdido mucho tiempo en reclamaciones infructuosas.  Ahora ya se a quien debo acudir para que me atiendan con amabilidad y prontitud.
Ahí les dejo esa información.

Patricia Lara Pachón 

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miércoles, 21 de mayo de 2025

Los ganchos

Los ganchos 


Hay una cosa que es una real tontería pero que a mí me molesta (En realidad son varias) pero voy a hablar sólo de una. U-na.  Una.
Es la siguiente.  Pongo a ropa la secar en ganchos. A veces en la zona de ropas y otras en un aparato rudimentario ubicado en una especie de invernadero que tengo. Y resulta que las "personas" de mí familia; justo quieren alguna de esas prendas. ¿Y qué creen? Toman la blusa, el pantalón, o lo que sea y dejan el gancho ahí. No lo llevan al sitio que le corresponde cuando tiene su "vida" vacía. El gancho se queda ahí, sólo, en medio de otros ganchos en uso. 
No debería molestarme esa bobada. Pero lo hace. ¿Que les impide a ellos dejarlo en el puesto? Muy seguramente la pereza; el saber que la boba está ahí detrás intentando al menos ordenar un poco.
Pero bueno... Ustedes, me imagino que también estarán de acuerdo en que ese disgusto es por una tontería.
Yo.
La cuadriculada...

Patricia Lara Pachón 

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Por mi vienen

Por mi vienen


Ahí, sentado en esa mecedora chirriadora y a punto de deshacerse en  pedazos, miro en lontananza y veo allá, en esa línea que parece el horizonte en ocaso, un par de diminutos puntos. Me distraigo con las nubes negras que amenazan tormentas y vuelvo la vista a los antes puntos que ahora se ven más grandes. No percibo que son y no me importa. Regreso a mirarme las manos llenas de venas negras y gordas y de nuevo el horizonte y esos dos personajes que se mueven, que avanzan hacia mi.  Hombre y mujer percibo. Él, pantalón negro, camisa blanca, bolso en el hombro derecho que descansa en la cadera izquierda, poncho, sombrero de media ala. Ella, blusa blanca, falda negra, cabello ensortijado. Se acercan más y más. Él, tiene bigote poblado, y ella unas cejas dibujadas con lápiz negro tan desprolijas que dan miedo o risa. Yo, me sigo meciendo en la casi derruida mecedora. Ellos, siguen avanzando. Por fin mi mala visión me permite entender, ver con claridad los dos personajes. Me quedo estático... Son padre y madre, muertos hace ya muchos años... La silla se detiene.

Patricia Lara Pachón 


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No lo comprendo

No lo comprendo 


No lo entiendo, juro por Dios que no logro entenderlo. Hace unos días me desperté sobresaltada. Tenía opresión en el pecho, el corazón a mil, la piel la tenía helada y algo así como babosa, resbalosa. Lo importante no es eso, lo verdaderamente importante es que desde ese momento no encontré a mi familia en la casa. Al parecer todos habían salido, pero no se  llevaron sus objetos personales. Todo estaba allí. Las ropas, sus camas deshechas como siempre, los platos y vasos sobre la mesa del comedor, las ollas con comida en la estufa, etc. Miré por la ventana y no se veía ni un alma, el silencio era total, no se veía vehículo alguno tampoco. El silencio lo cubría todo.
Era cierto que el barrio siempre era muy silencioso. Pero lo que sucedía ahora era peor; salí, caminé por las calles, como lo hacía al pasear a Capitán y nada. Ni un alma. Regresé a mi casa, limpié todo, tendí camas, lavé la loza, vi televisión un rato, tejí y cansada y aburrida me dormí.
Me desperté igual que el día anterior, las cosas en desorden, la casa sola, las calles calladas. Todo igual; caminé, limpié, hice algunas cosas, me dormí agotada. Aún deambuló de aquí para allá... Buscándolos.

Patricia Lara Pachón 

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El Octavo desaparece

El Octavo desaparece


¡Dios mío! ¡Qué voy a hacer! Este muchacho no aparece. Lo he buscado por todas partes, le pregunté a su amigo y dice no saber nada. Me cuenta que lo notó extraño la última semana, pero afirma que Octavio era un hombre callado, siempre metido en sus pensamientos. La nariz clavada normalmente entre un libro. Novia no tenía, me dice; es más, jamás le había expresado que le gustara nadie, ni hombre ni mujer. Él, el amigo, también estaba asombrado por la ausencia de Octavio.
Yo echaba cabeza pensando en la última semana, en el último día y no lograba encontrar motivo alguno.
Ese día, el día en que desapareció; se había despertado a la hora acostumbrada, y ya uno de sus hermanos estaba usando el baño. Octavio gritaba casi histérico, luego, su aullido me hizo saber que le había tocado el agua fría. Desayunó como siempre; cereal y leche. Sorbió un tinto negro e hirviente y dió un respingo de dolor al quemarse los labios. Salió a la hora acostumbrada con un morral que, supuse, contenía sus libros. Pero no, en él llevaba una muda de ropa. De eso me enteré después. También ví que faltaban de la alacena un par de latas de atún y de frijoles y también unas dos de botellas de agua. Obviamente no era suficiente alimento para una semana de ausencia, menos para las dos que ya llevaba.  Yo, le decía todas esas cosas a mi viejo que se tomaba una cerveza en el sofá de la sala, pero era como si  hablara sóla. Él, mi esposo, también estaba muy angustiado por la desaparición de nuestro hijo Octavio. Decía, más para él que para mi: Lo ví la noche anterior y lo noté más callado que siempre, miraba sin ver y parecía que prestaba atención a lo que yo le decía, pero en realidad estaba más ensimismado que nunca. Me dió un abrazo apretado, y me dijo que me quería, y se fue a la cama como todas las noches. ¡Ah! Sí, me preguntó por la navaja multiusos que era herencia de mi papá y me la pidió prestada para usarla en un trabajo que tendría al día siguiente. Se la entregué en sus manos, lo miré fijamente y le recordé que debía cuidarla muy bien. Noté tres días después que el machete que tenía en la funda detrás de la puerta de la cocina no estaba. Y la lima para afilar tampoco. ¿Dónde andará ese muchacho padre santo? Que Dios lo proteja de todo mal y peligro. Intenté, Rosalba, poner el denuncio por su desaparición, pero Octavio ya es mayor de edad y la policía piensa que se fue por su propia voluntad. Ya no sé que más hacer. ¿Qué hacemos mija? Me dice el viejo tomando otro sorbo de cerveza ¿En qué nos equivocamos? Ya no se que camino coger, que puertas tocar.
José y yo nos miramos fijamente y guardamos un profundo silencio.

Patricia Lara Pachón 

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Soy el número ocho el retorno

Soy el número ocho, el retorno 


Había retornado a la ciudad, la casa paterna ahora sólo albergaba una pareja de ancianos. Al verme se asombraron mucho y la alegría les iluminó los rostros. Ellos apenas sí se percataron que yo estaba igual que el último día que me vieron. A lo mejor sus ojos ya no veían muy bien.
Me quedé con ellos. Los cuidé con amor y los acompañé casi simultáneamente a sus tumbas.
Me quedé en esa casa tan sola. Tan vacía de vida. El silencio lo dominaba todo y a pesar de disponer de muchos los libros, más incluso de los que deseaba, yo me sentía vacío.
Empecé a soñar con la calle ochenta y ocho, extrañaba todo a pesar de que en su momento y después de unos quince años había sentido la necesidad de escapar de allí, de huir. Quizá, la vida de mi familia me llamaba, a lo mejor no saber de mis padres y hermanos no me dejaba tener paz.
Ahora, sin ellos. Deseé con todas mis fuerzas regresar. 
Octavio, el Octavo miembro de su familia. Mi compañero me esperaba. Yo había prometido regresar y estaba dispuesto y decidido a hacerlo.
Así qué regresé a la biblioteca de la Octava y allí, en el mismo rincón en que lo había dejado antes, encontré el libro y dentro de él, el mapa. 
Procedí a tomar una fotografía y como hice antes dejé los elementos en la esquina, casi ocultos e igual de polvorientos que antes.
El tiempo fuera de la ochenta y ocho había hecho su obra. Ya no era el jovencito de antes pero igual armado de valor encontré mi camino.
El bosque inmenso, casi infranqueable, el túnel oscuro pero ahora con la seguridad de reconocer el camino, el puente sobre el rio no tan lento y la calle.
La calle ochenta y ocho sucia, decadente. Las casas llenas de malezas, la luz muy incipiente y cansina y al final la casa de Octavio, el Octavo. Y en una mecedora que chirriaba al moverla, un anciano sentado. Los ojos apagados, las manos aferradas a un bastón, la boca en una linea fina, el cabello hirsuto, blanco. Apenas si logró escuchar mi voz al llamarlo a gritos.  Enderezó el pecho, estiró una mano, al menos lo intentó, y la dejó caer al mismo tiempo que exhaló un suspiro apenas audible.
Yo, Octavio el Octavo sentí que todo temblaba a mi alrededor, rocas empezaron a caer desde arriba, desde donde antes se veía el cielo azul. Miré y vi volutas de humo que salían de prisa. Sentí que las rocas bailaban bajo mis pies y empezaron a tomar fuerza para salir expulsadas.
Alcancé a decirme a mi mismo... Volví.

Patricia Lara Pachón 

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Soy el número ocho

Soy el número ocho


Mi nombre es Octavio, soy el número ocho de  una familia muy numerosa. Me crié entre el bullicio alegre y los gritos enervantes de padres y hermanos. Me acostumbré al silencio de las librerías y las bibliotecas, eran por decirlo de alguna manera los oasis a los cuales escapaba cada vez que podía.

Un día, entre tantos encontré en un libro enterrado en la parte mas oscura de la librería de la Octava, un mapa que casi se deshacía entre mis dedos al tratar de abrirlo para leerlo.
Me asombraron las indicaciones que el papel contenía, así que temiendo que se terminará de romper, lo puse con sumo cuidado en el escritorio y procedí a copiarlo con el rigor que me pareció, merecía. Dejé el original en donde lo encontré y doblé con cuidado mi copia. Pensé que lo guardaría como una anécdota para contarle en un futuro a alguien o, quizá y sólo quizá, para incluirlo en un libro que estaba en mis sueños futuros. Pero no, no lograba olvidarme del dichoso mapa. Así, que me dí a la tarea de investigar en más libros e imaginar llegar a aquel fantástico lugar.
El volcán en el que al parecer existía una calle larga, en la cual todo sería paz y tranquilidad.
Por fin, y luego de mil pesquisas logré ubicar el sitio. Así que procedí a introducir en un morral no demasiado grande, las cosas que a mí parecer requería para empezar aquella aventura.
Quise compartir mi periplo con alguien, pero a pesar de ser mi familia enorme, no contaba con la aprobación de ninguno y mis únicos amigos eran los libros. 
Armándome de valor inicié mi travesía lleno de ansiedad, alegría e incluso temor.
Llegué al volcán no sin pocas dificultades y armado de hacha y machete me dí a la tarea de ir abriéndome camino en aquel espeso bosque. Sentía yo, que era imposible el regreso, ya que casi tan pronto arrancaba de cuajo una rama, otra crecía casi frente a mis ojos. Luego de mucha lucha encontré el túnel, tremendamente oscuro y después de horas de recorrerlo llegué al puente sobre un río casi en pausa. Y ahí frente a mis ojos se abrió esa calle majestuosa, plana, blanca.  Ingresé allí como a un templo, caminé despacio observando cada cosa, la simetría, la exactitud en los detalles. Cada cosa igual a la otra. Conté y observé que eran 88 casas, de pronto de cada una de las puertas emergieron dos personajes. A la derecha dos hombres y a la izquierda un par de mujeres. La similitud era impresionante. Al final de la calle un hombre sólo tan idéntico a mí,a Octavio, me esperaba.
...

Patricia Lara Pachón 

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Comiendo

Comiendo

La veo comerse ese banano con ganas. Es como si se tratara del último de la tierra o a lo mejor quizá, el último de su existencia.
Un hambre ancestral la domina. Es el hambre de este mundo viejo y triste.
Lo consume con saña. No hay suavidad ni deseo de prolongar el placer. No; es comer por comer, sin pensar, sin degustar, ni disfrutar siquiera.
¡Ah vaina!

Patricia Lara Pachón 

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Que extraño y que conservo de mi infancia

Que extraño y conservo de mi infancia 


Extraño a mi abuelita. 
Extraño las nubes bailando en la puerta de mi casa, aún cuando no me gusta el frío.
Extraño los zapatitos de plástico con patos en las suelas.
Extraño el sabor a leche tibia de mi dedo pulgar.
Extraño los abrazos de mis tíos que cortaban el aire.
Extraño el olor a café recién colado y la charla con mi abuela y las tías que lo acompañan.
Extraño las noches en la cama escuchando la radio hasta dormirme.
Extraño el sabor de los claros que preparaba mi abuela.
Extraño las largas horas de tranquila lectura.
Conservo
Mi niña interior y su candidez 
La posibilidad de maravillarme de cosas para algunos sin gracia ni importancia.
Conservo el gesto de acariciarme el cabello cuando me siento difusa.
Una olla pitadora de juguete y un par de muñecas de tela, negras.
Conservo un "extraño gusto por la música de carrilera"
Patricia Lara Pachón 

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Llorando

Llorando 

La primera vez que me recuerdo llorando, tendría unos cinco años y mi tía Gloria no quiso darme algo de comer que no fuera pescado. Me sentí tan sóla.

Cuando murió mi gato lloré y lloré, fue la peor noche de mi vida.

Lloré hace poco viendo tan mal a mamá y sintiendo que ella no lo merecía.


Patricia Lara Pachón 

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Fantasia purgatorio

Fantasia purgatorio 

Fue un milagro que logrará satisfacer su fantasia. La había deseado siempre y tenerla en sus brazos lo hacía sentir maravillosamente bien. No importaba que al momento del evento ella estuviera fría, yerta. No importaba que yacieran en ese charco de sangre y que hubiera sido él, justamente él, el autor de su muerte.

Patricia Lara Pachón 


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Lluevo

Lluevo

Llueve copiosamente y yo estoy ahí... Lloviéndome.
Las lágrimas brotan a raudales y se mezclan y confunden con las gotas de lluvia que me mojan con crueldad.
Estoy completamente mojada, llena de agua por dentro y por fuera, anegada.
El agua fluye, se desliza por mi rostro, mi cuello, mi cuerpo y cae.
Rauda corre hacia el drenaje, al rio, al mar.
Yo me lluevo.
Patricia Lara Pachón 

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Soy mamá

Soy mamá 

Y no es que sea como mi mamá; no, yo quise ser otra muy diferente a la mía, y creo que lo hice. Y a pesar de haberlo hecho casi todo distinto o sobre todo por eso, cometí infinidad de diferentes errores. Errores desde el amor y por amor. Sonará raro, pero así fue.
Bueno, cuando tuve en mis brazos mi hijo tuve un enorme terror. Yo no paraba de mirarlo, para ver que respirara correctamente, no permitía que un insecto se le acercara, pocas personas tenían acceso a él. El miedo a que lo dañaran era terrible. Yo no soportaba dejarlo llorar, fui a pesar de las dificultades una mamá canguro. Por mí, mi hijo no habría pisado el suelo. Y claro con el correr del tiempo me enteré que tanto amor ahoga, empalaga y no deja crecer plenamente. Ya grandecito, nos tocó vivir una ola de suicidios; de suicidas muy cercanos. Su acto de graduación de bachiller fue terriblemente doloroso, pues graduaron a uno de sus compañeros que se había quitado la vida. Fue en serio horripilante. Después fue una sucesión de chicos y chicas, como uno al año. Que se fueron yendo; así que yo no soportaba una puerta cerrada, ni demasiado silencio.
El terror cuando nació mi hija fue el mismo, pero acrecentado por el hecho de ser mujer. Según yo, las mujeres corremos aún más peligros. En su vida también hubo al menos una niña que tomó ese camino. Y claro, el miedo mío de madre no paraba.
Y eso hablando solo de los suicidios. Ser mamá es tener miedo. Un miedo constante.

Patricia Lara Pachón 

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Sensibilidades

Sensibilidades  Definitivamente ser una sensitiva es delicado en este mundo de espinas. La gente parece que viviera en una burbuja y al tene...